Entre los cristianos de nuestro tiempo, decirle a una persona “fariseo”, significa por lo menos un insulto, ya que se el término se relaciona con personas que fueron de los peor. Hipócritas, egoístas, hostigadores, traidores, asesinos, soberbios, incluso se les recuerda con personas que se dieron el lujo de exigirle a Dios, por las “buenas obras” que hacían. En resumen, los fariseos son figuras del mal.
Un día Jesús dijo: “Si tu justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entrarás en el Reino de los Cielos” (Mt 5, 20).
Pero si pensamos un poco en lo que acabamos de decir sobre los fariseos, la tarea de ser mejor que ellos, no se presenta tan difícil; ya que vemos hacer en ellos cosas que pocos aplaudirían, más bien vemos en sus hechos algo totalmente condenable.
Si comparáramos las acciones de los fariseos y las de nosotros con la temperatura; bien concluiríamos que los fariseos andan por debajo de 0°C y nosotros, pues bien podemos alcanzar algo más altito. Y con ello, cumplimos lo que dice Jesús: ser mejor que ellos.
En resumen, la imagen de los fariseos se nos presenta como la representación de la persona mala, de los que buscan el daño de los demás y esta figura es fácil superarla, ya que todos en la vida podemos hacer cosas buenas, incluso detalles que le alegran la vida a otros, es decir, superamos con mucho a los fariseos, y por tanto, estamos ya, dentro del Reino de los Cielos, no hay mucho porque preocuparnos.
Pero…
Hay una cosa que llama la atención, la fría y tenebrosa figura que tenemos de los fariseos, de repente cobra un poco de luz. Fijémonos en algunos fariseos. Nicodemo, que nos lo presenta el Evangelio de Juan, era un hombre que buscaba la verdad, incluso arriesgo su puesto por ir a hablar con Jesús, más aún, un día intercedió por Jesús ante el Sanedrín lo que le valió de sospecha para tacharlo de seguidor del Nazareno.
Tenemos a Gamaliel que fue reconocido por su gran sabiduría y prudencia, educó a muchas generaciones de judíos, y ealmente daba culto a Dios. Y aquí mismo hagamos mención de Pablo de Tarso, discípulo de Gamaliel, que superó a todos sus contemporáneos en fervor y piedad, e incluso persiguió a la naciente Iglesia, todo por su amor a Dios y a su pueblo. De hecho, nosotros los cristianos, tenemos como sagrados los escritos de una persona de formación farisea, Pablo. Ellos sin duda guardaban la ley, la aprendían y trataban de cumplirla.
Por lo anterior podemos darnos cuenta de que los fariseos no son sólo sombras, sino que tienen muchas luces, e incluso algunas muy intensas.
Ahora podemos entender la frase de Jesús con más claridad, “que tu justicia sea mayor que la de los escribas y fariseos”. No se trata de superar a unos malhechores, agentes de iniquidad, se trata de superar a personas que: se esfuerzan en buscar la verdad como Nicodemos, que son sabios y prudentes como Gamaliel, que son generosos hasta arriesgar la vida como José de Arimatea, y que dan la vida por Dios y su pueblo como Pablo de Tarso.
La tarea ahora ya no se presenta nada fácil, sino muy arriesgada y escarpada. Y esto nos hace recordar una frase de Jesús: “El Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt 11, 12).
Este es el reto, a los fariseos son a los que hay que superar. Como en el juego olímpico del salto de altura, hay que brincar por encima de la barra para ganar, aquí los fariseos son la barra, y son a los que hay que brincar, sino lo hacemos, perdemos, pero si lo hacemos, caeremos en el colchón suavecito del Reino de Dios.
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